Cuando tus sueños se hacen realidad – (1ª Parte)

Soñaba con escalar el gran macizo de Los Alpes, pero sabía que este era un sueño casi inalcanzable para una montañera sudamericana que no contaba ni con tiempo, ni con recursos para lanzarse a una aventura de tal envergadura.
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Una clara diferencia

Recuerdo aquel día cuando descendía con Giovanny y Juan del glaciar del Ritacuba Blanco (Sierra Nevada del Cocuy, 5.330 metros en la cordillera de los Andes colombianos). Mi mente no dejaba de imaginar cómo sería estar escalando en los Alpes. El deseo de cualquier alpinista, supongo.

Había leído muchos libros de alpinismo, sobre las montañas míticas y las vías clásicas de alta dificultad de los Alpes. Me apasionaba la historia de los pioneros de este maravilloso deporte. 

Soñaba con escalar en este gran macizo, pero sabía que este era un sueño casi inalcanzable para una montañera sudamericana que no contaba ni con tiempo, ni con recursos para lanzarse a una aventura de tal envergadura. 

Ahora me encuentro aquí, sentada en la tienda de campaña, contemplando absorta las monumentales paredes que se levantan hacia lo alto del impresionante glaciar del Mont Blanc Du Tacul, en los Alpes franceses. En tanto el sol se pone, coloreando el paisajes de tonalidades rojizas y violetas, que contrastan con el blanco traje de estos picos.

En este momento casi de éxtasis, siento una emoción profunda al darme cuenta que en ocasiones los sueños se hacen realidad. 

Me encuentro en compañía de Mylène, una joven francesa que se está preparando para ser guía de montaña y Marta, una chica aragonesa que conocí en el Club de Montaña “Montañeros de Aragón”. 

Dos años antes.

Unos años antes, Mylène viajó a España para estudiar el idioma castellano. Como su estancia iba a ser larga en Zaragoza, decidió unirse a Montañeros de Aragón, para seguir practicando escalada. Fue ahí donde conoció a Marta. He de decir, que desde entonces, las dos entablaron una bonita amistad.

Mi hermana Olga y yo, recibimos una invitación de mi tío Alberto, el hermano de mi padre, para viajar a España. Debo aclarar que mis padres eran españoles y emigraron a Colombia con tres hijos pequeños. Mi hermana menor y yo, nacimos en Bogotá. 

Aunque Olga nació en Zaragoza, no se acordaba casi de nada relacionado con España, pues se la llevaron cuando era muy pequeña. Como es de imaginar, aceptamos la invitación sin pensarlo dos veces.

Y llegó el momento de partir.

Viajamos en septiembre de Colombia a España. Mi corazón vibraba de emoción. Me hacía mucha ilusión conocer a la familia, pero no puedo negarlo, la idea de recorrer el Pirineo y los Alpes, estaba muy presente en ese viaje.

Nos instalamos en la casa de mi tío Alberto, en Zaragoza. Un par de meses después, me hice socia del Club Montañeros de Aragón. Allí conocí a Marta y ella me fue presentando a todos los escaladores. A partir de ese momento, todos los fines de semana me iba a escalar con unos y otros, recorriendo muchas de las zonas de escalada más míticas de España.

Poco a poco, fui conociendo algunos de los picos de tres mil metros del Pirineo y tuve la oportunidad de hacer montaña invernal, participando en un curso de corredores de hielo en Peña Telera. A decir verdad, yo tenía una idea muy equivocada sobre las montañas pirenaicas, ya que alrededor de Bogotá tenemos montañas de tres mil metros de altura, pero claro, mi ciudad natal está a dos mil seiscientos metros sobre el nivel del mar. Sin embargo en el Pirineo los desniveles son enormes.

Aquí me encontré con una forma diferente de hacer montaña, me refiero a que subir a una cumbre de cinco mil metros en Colombia, implicaba llevar una mochila de ochenta o noventa litros de capacidad, con la casa acuestas, pues de aquélla no había refugios de montaña, así que el acercamiento a cualquier glaciar, significaba hacer largos itinerarios de autobús, utilizar transportes rurales como camiones lecheros, que subían a las fincas a para llenar enormes cantinas de leche y de los que te apeabas en la última hacienda, para comenzar una larga travesía andando, durante largas jornadas, hasta alcanzar los cuatro mil quinientos metros de altitud. Allí plantamos las tiendas y a disfrutar de los picos. 

Sin embargo, aquí preparas tu mochila de asalto, 30 o 40 litros de capacidad con algo de comida y agua, ropa de abrigo, madrugón y por la noche vuelves a casa habiendo hecho una cima de tres mil metros, eso sí, agotado, porque los desniveles son considerables y las dificultades varían mucho. Dormir en los refugios a pie de montaña, fue otro descubrimiento fantástico. El ambiente montañero, cada grupo revisando los mapas, contando anécdotas de otras escaladas… todo era nuevo para mí y estaba maravillada.

Una oportunidad de oro.

Al año siguiente de mi llegada a España, entrada la primavera, Marta me propuso hacer un viaje a los Alpes en verano. Me dijo que conocía a Mylène, una alpinista francesa, que vivía en Marsella y que las tres podríamos formar una cordada femenina, para realizar alguna actividad alpina. La idea me encantó, así que acepté sin pensarlo. Era la oportunidad que estaba esperando y por fin se iba a hacer realidad. No encontraba el momento de llegar a casa y contárselo a mi hermana. 

En ese tiempo, comencé a documentarme sobre las diferentes actividades que se podían realizar en los Alpes franceses. “Como si fuera cuestión de un par de picos”. Había cientos de posibilidades y de todo tipo de dificultades técnicas.

Finalmente Marta me comentó que a ella le encantaría hacer la Ruta de los Cuatromiles, lo que a mí me pareció una idea maravillosa.

No tardé en buscar toda la información sobre esta travesía.

El comienzo del verano fue para hacer todos los preparativos del viaje. Hice una lista de todo lo que necesitaba como el material técnico, una mochila adecuada, saco de dormir, tienda de campaña, etc.  La ilusión me desbordaba.

En el club se organizaron varios grupos de montañeros para viajar a Chamonix. Unos iban a subir al Mont Blanc, otros a escalar alguna vía clásica de ese macizo. Se hablaba de quienes disponían de coche, si tenían plaza libre o no, en fin. Por suerte, Pedro y Paco compartían coche y tenían una plaza disponible, así que decidí viajar con ellos. 

La Ruta de Los Cuatromiles

La Ruta de los Cuatromiles es una clásica, aunque quizás es de las menos transitadas de esta zona de los Alpes. Esta travesía es algo más técnica que otras rutas normales y físicamente es bastante exigente. Este itinerario  incluye tres cumbres de más de cuatro mil metros de altura, el Mont Blanc du Tacul , el Mont Maudit, y el Mont Blanc. 

La ascensión se desarrolla por pendientes nevadas que van desde los 35 grados de inclinación, hasta los 75 grados y hay que salvar desniveles bastante considerables. La aproximación no es difícil, pero es necesario tener en cuenta que si el verano está muy avanzado, las grietas comienzan a quedar al descubierto y hay muchas. Además hay zonas de paso obligado en las que son muy frecuentes las avalanchas y los desprendimientos de seracs o trozos enormes de hielo, con lo cual, es indispensable tener bien trazado el itinerario para pasar por esos tramos casi de noche, antes de que les dé el sol. 

Para realizar esta travesía, lo más normal es tomar el teleférico que sube desde Chamonix hasta la Aiguille du Midi. Desciendes hasta el Plato du Tacul y desde este punto se asciende al pico Mont Blanc du Tacul (4.248 m), luego se continúa por el glaciar de Bossons hasta el  Mont Maudit (4.465 m) y finalmente, al rey de los Alpes, el famoso Mont Blanc (4.807). Estos tres picos constituyen los «3 Montes» de la francesa «Traversée des 3 Monts»: que en castellano se conoce como la Ruta de los Cuatromiles. 

“El glaciar de Bossons es alimentado no solo por el hielo del Mont Blanc, sino que recibe igualmente el hielo de las caras norte y oeste de las cumbres del Mont Blanc du Tacul y del Mont Maudit. Tiene una pendiente media de 50%, pudiendo en su recorrido alto alcanzar el 75%.”

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