El viaje a Chamonix
Las semanas previas al viaje yo me encontraba muy ansiosa, no veía el momento de estar allí. Repasaba la lista, comprobar que tenía todo lo necesario para llevar a cabo toda la actividad con seguridad. Todos los días, después de trabajar, me iba a correr y al rocódromo, para no perder forma física y por las noches, repasaba las lecciones de francés. Aún así, tenía la sensación de que los días transcurrían con mucha lentitud.
Marta había decidido viajar a Marsella diez días antes para encontrarse con Mylène y desde allí, las dos se desplazarían en el coche de su querida amiga a Chamonix. Habían reservado plaza en el camping Les Marmottes y ese sería nuestro punto de encuentro.
Por fin, llegó el momento de emprender el viaje, me despedí de mi hermana con una sonrisa que no me cabía en la cara. Subí al coche de Pedro y Paco. El viaje se me hizo eterno, 14 largas horas hasta llegar a Chamonix. Por suerte estos chicos son muy simpáticos y eso permitió que el trayecto se hiciera más llevadero.
Estaba dormida, cuando de pronto, Pedro me despertó, “Yolanda, despierta, ya estamos entrando en Chamonix”. No me lo podía creer, abrí los ojos, la vista era increíble, un pueblo precioso rodeado de altas montañas. De repente, veo un gran glaciar que baja desde la montaña, penetra en el bosque y sigue bajando casi hasta la carretera. Nunca había visto nada parecido. Todos los glaciares que conocía estaban muy alejados de cualquier asentamiento humano.
Las viviendas de madera y piedra con los techos de pizarra y las chimeneas sobresaliendo, me parecía una imagen de ensueño.
Estaba lloviznando cuando llegamos. En las calles había mucho jaleo, alpinistas de diferentes países del mundo, deambulaban de aquí para allá. Fuimos al camping a dejar nuestro equipaje. Las chicas me estaban esperando. Una vez instalada, decidimos ir a tomar algo. Entramos en una taberna, estaba abarrotada de gente, se oía hablar en diferentes idiomas. Jamás me hubiese imaginado que podía haber tantos montañeros en un pueblo relativamente pequeño. Yo estaba anonadada, todo era nuevo para mí.
Mylène y yo, hicimos muy buenas migas a tal punto, que me dio la impresión de que Marta estaba un poco incómoda.
Después de cenar algo, volvimos al camping, fuimos a la oficina para consultar el parte del tiempo. Mala suerte, el tiempo no iba a mejorar en varios días. A decir verdad, cuando hicimos la planificación del viaje, no contamos con ese factor.
Cada día que pasaba, se reducían las posibilidades de hacer la ruta de los cuatromiles, con sus tres cimas.
En el camping había un gran número de amigos de Montañeros de Aragón, entre ellos Hugo y su novia Guiomar. Algunos habían tomado la decisión de irse a escalar la Verdun, confiando que en esa zona haría mejor tiempo, otros estaban barajando otras posibilidades, debido a que la inestabilidad climatológica les había hecho renunciar a los planes originales. Y ahí estábamos nosotras, intentando decidir qué hacer.
Barajamos varias posibilidades. “Pasado mañana habrá luna llena, seguro que el tiempo mejora, qué tal si nos arriesgamos y subimos” dijo Mylène. Marta y yo secundamos su idea. Yo no quería ni pensar en irme de Chamonix sin haberlo intentado.
Así que tomamos la decisión de madrugar, para salir en el primer teleférico que subía hasta L’Aiguille du Midi. Hugo y Guiomar decidieron subir con nosotras.
L’Aiguille du Midi
A la mañana siguiente nos levantamos a las seis de la mañana. Desayunamos y nos fuimos hasta la base del teleférico. Sacamos los billetes, que por cierto, me parecieron bastante caros. Había mucha gente haciendo fila para subir.
La cabina me pareció bastante grande, yo creo que estábamos dentro entre ocho o diez personas, con las respectivas mochilas. El aparato comenzó a elevarse. Nunca olvidaré esa sensación. El recorrido del cable es de ochocientos metros de desnivel, el último tramo es casi vertical y se ve toda la pared a poca distancia. Ganó altura muy rápido. Un trayecto muy vertiginoso.
Al llegar a la Aguja, se detuvo en la estación del teleférico. Allí descendimos todos los ocupantes. La vista desde este punto, era estremecedora.
Al apearnos, pasamos por un túnel que nos condujo a una pasarela metálica que une la estación del teleférico con la otra parte de la Aguja. Allí comienza el descenso por una arista de nieve bastante aérea. Antes de abandonar la pasarela, nos pusimos los arneses y los crampones. La ilusión me invadía, me sentía totalmente pletórica, pero este sentimiento duró muy poco. Aún no habíamos abandonado la pasarela cuando comenzaron las dificultades. Marta se negaba a ponerse los crampones.
Mylène y yo, no entendíamos nada. Era absolutamente necesario usar crampones para enfrentarse a la arista con seguridad. Hasta ese momento, yo estaba convencida que Marta tenía experiencia en alta montaña, puesto que fue ella la que propuso hacer este viaje.
“Marta, si no te pones crampones, no te unes a nuestra cordada, bajas sola”, le dijo Mylène con mucha contundencia. Yo suspiré, me sentía muy decepcionada, porque intuía que esa iba a ser la tónica del resto del viaje.
Cuando se dio cuenta que íbamos en serio, se calzó los crampones a regañadientes. Y aquí comenzó la segunda parte. Sacamos la cuerda para encordarnos. Mylène decidió ir la primera y me dijo que yo fuera la última, me pareció totalmente coherente, ya que había suficiente evidencia de que Marta no tenía experiencia. La indignación de Marta fue increíble, se sintió menospreciada porque la dejabamos en medio. Montó tal pitoste, que decidimos dejarla con el pataleo, que al final, por no oírla y porque estábamos estorbando a la gente que bajaba del teleférico, decidimos dejar que bajara la primera.
La arista se me hizo eterna, pues Marta bajaba lentamente, estaba muerta de miedo. Por suerte había niebla y no se apreciaba la caída. Lo peor de todo, es que la arista es tan estrecha, que los que bajaban detrás nuestro, no tenían ninguna posibilidad de adelantarnos.
El Plato Du Tacul
Una vez superada la arista, nos dirigimos hacia el Plato du Tacul, que es una gran explanada que hay entre L’Aiguille du Midi y el primer pico de más de cuatro mil metros. Este glaciar se extiende hasta la vertiente italiana.
Una vez llegamos al Plato, tendimos la tienda de campaña y comenzamos a observar que las nubes descendían y se iban dispersando, eso fue motivo de gran alegría, pues teníamos tres días y contemplamos la posibilidad de hacer cima en el Du Tacul y en el Mont Maudi.
Al caer la tarde, pude ver como asomaba la luna coqueta y altiva entre los cerros nevados. Guiomar y Hugo, tendieron su tienda de campaña al lado de la nuestra. Nos dijeron que era su primera vez en un glaciar y que no tenían ninguna experiencia.
Así que Mylène y yo tomamos la decisión de levantarnos muy pronto y hacer un ascenso corto con la intención de aclimatar y conocernos un poco en cuanto a la progresión y manejo del equipo, ya que era la primera vez que salíamos juntas.
Nos despertamos a las cinco de la mañana, estuvimos desayunando con mucha tranquilidad. A las seis nos dispusimos a salir. Guiomar y Hugo se unieron a nosotras, les pareció una buena oportunidad para aprender técnicas de progresión en glaciar.
Marta se empeñó en encabezar la cordada. Tuvimos que sortear algunas grietas sin mucha dificultad, hasta llegar a una pendiente de unos 45 grados de inclinación y unos cuarenta metros de altura hasta llegar a una plataforma natural. De la que salía una pared rocosa que se elevaba a lo alto del pico. Era el sitio ideal para hacer algunas prácticas.
Las prácticas
Decidimos con Mylène, subir hasta la roca y hacer una reunión, para que los chicos pudieran practicar con seguridad técnicas de piolet – crampones. Nuevamente Marta quiso subir la primera para montar la cuerda. Comenzó a subir por la rampa y a unos quince metros, entró en pánico, se bloqueó y se quedó inmóvil. No atendía a ninguna razón. A unos diez metros a su izquierda, sobresalía una gran roca, del tamaño de una mesa. Así que subí hasta donde ella estaba, y la fui guiando para que se desplazara lateralmente hasta alcanzar la roca. Las condiciones de la nieve eran perfectas para escalar. Estaba todo muy firme. Pero fue una odisea hasta que alcanzamos la roca.
En ese punto, pude instalar un rapel, para que Marta descendiera.
Pasamos toda la mañana haciendo autodetenciones, polipastos y técnicas de progresión, reuniones en nieve. Guiomar y Hugo estaban encantados. Sin embargo Marta estaba enfadada. Apenas hablaba y su cara era un poema. Aprovechamos para echarle un vistazo a la ruta que nos llevaría a la cumbre del Du Tacul.
Estuvimos planeando la ascensión del día siguiente. Hugo nos preguntó si podía unirse a la cordada, pero Mylène y yo coincidimos en que, una cordada de cuatro no era lo ideal y menos sabiendo las limitaciones de Marta.
Aprovechamos el resto de la tarde para preparar las mochilas de asalto y socializar un poco con nuestros vecinos, que no eran pocos.
Jamás había visto tanta gente junta en un glaciar. Llegué a contar cuarenta tiendas de campaña. Una cosa alucinante y un poco decepcionante, pues en las montañas andinas, jamás coincidí con tanta gente.
La ascensión al Du Tacul
Nos levantamos a las dos de la mañana, desayunamos y nos pusimos en marcha.
Al salir de la tienda, me quedé atónita al ver la romería de linternas que avanzaban hacia el Mont Blanc Du Tacul.
Nos quedamos observando por unos minutos, la fila de luces que enfilaban la montaña y pudimos darnos cuenta, que en un punto del ascenso, todos se detenían, lo que nos hizo suponer que era un paso obligatorio y a juzgar por lo visto, ese paso entrañaba alguna dificultad.
Nos encordamos, como siempre, Marta presidía la marcha. Fuimos avanzando tranquilamente, pues teníamos bastantes cordadas por delante.
Encaramos la pendiente hasta llegar al punto conflictivo. Allí se produjo un parón. Pude contar quince personas delante de nosotras. Al parecer se había desprendido un gran serac y había que hacer una escalada vertical de unos veinte metros, hasta una especie de cornisa angosta.
El hielo presentaba unas condiciones ideales para escalar y la verdad es que la ascensión era más fácil de lo que parecía, una hora después de estar paradas en el mismo punto, por fin nos llegó el turno.
Marta no se atrevió a subir de primera, así que Mylène subió, se instaló en la cornisa para esperar a Marta. Como Marta se negaba, Mylène decidió instalar una cuerda fija, para ayudar a nuestra terca amiga.
Detrás teníamos a un grupo de italianos que comenzaban a impacientarse.
Para Marta este paso se convirtió en un gran obstáculo. Lo intentó un par de veces, pero nada, Los italianos comenzaron a gritar ¡Marta sube, Marta…! y ella comenzó a ponerse histérica. Intenté calmarla, pero lejos de eso, se giró y me soltó una bofetada, que todavía me duele. Este hecho provocó las risas de algunos, lo cual fue aún peor. Ella se soltó de la cuerda y echó a correr glaciar a bajo. Mylène la llamaba a gritos, pues el glaciar presentaba muchas grietas.
A todas estás, un hombre mayor, que estaba en la cornisa al lado de Mylène, dijo que iba a llamar a la gendarmería de rescate, a lo que mi amiga le dijo, que ni se le ocurriera. Discutió con el hombre, pero este haciendo caso omiso, tomó el móvil y llamó.
Ante esta circunstancia, Mylène descendió, dimos paso a los italianos y estuvimos durante unos minutos decidiendo qué hacer.
La gendarmerie
No salíamos de nuestro asombro. Por un lado nos apetecía seguir hacia arriba, por otro nos preocupaba que Marta tuviera algún accidente…
Pero antes de tomar alguna decisión, escuchamos al helicóptero, lo cual nos fastidió un montón. Lo primero que hizo Mylène fue comprobar que estábamos bien encordadas, pues si los guardias notaban alguna negligencia nos harían pagar el desplazamiento de los cuerpos del rescate.
Teníamos la esperanza de que el helicóptero se diera una vuelta y se marchara, pero no fue así. El aparato se acercó lo más que pudo y dos guardias saltaron a la cornisa, en la que aún seguía el hombre que les llamó y comenzó a señalarnos con el dedo.
Mylène se puso furiosa, me dijo que la dejara hablar a ella. Los gendarmes llegaron hasta nosotras y lo primero que hicieron fue revisar el material y el sistema de encordamiento, tal como me lo había dicho mi compañera. Nos interrogaron y Mylène les explicó lo sucedido y dejó muy claro que nosotras no les habíamos llamado, que había sido una exageración del hombre. Les dijimos que emprenderíamos el descenso para ir en busca de nuestra amiga.
Ellos nos dijeron que sobrevolarían la zona para comprobar que no había ningún incidente.
Comenzamos a bajar, estábamos decepcionadas y enfadadas. No la veíamos por ninguna parte. Había muchas grietas, no sabíamos cómo las había sorteado con el miedo que la invadía.
Al final llegamos al Plato y comenzamos a avanzar hacia la tienda de campaña y allí la encontramos.
El helicóptero seguía dando vueltas. Cuando nos vio, lo primero que dijo fue, “debe haber algún accidente porque el helicóptero lleva un rato dando vueltas”. “¡Te está buscando a tí!”, le dije con mucho enfado. Acto seguido se metió en la tienda y no quiso salir más.
El aparato volvió a sobrevolar y Mylène le hizo señas para indicarles que todo estaba bien.