La sombra de la abuela recorría los rincones de la vieja casona. Alguna vez me pareció verla a lo lejos, el miedo se apoderó de mí y se me helaron los huesos. Poco a poco me acostumbré a sentir su presencia. Quizás porque mi abuelo decía que ella le hacía compañía. Que no se había marchado y que no se iría sin él.
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La sombra de la abuela recorría los rincones de la vieja casona. Alguna vez me pareció verla a lo lejos, el miedo se apoderó de mí y se me helaron los huesos. Poco a poco me acostumbré a sentir su presencia. Quizás porque mi abuelo decía que ella le hacía compañía. Que no se había marchado y que no se iría sin él.

Han pasado tres meses desde que falleció… Y allí estaba, solo, en su habitación. Lo encontré sobre su cama, arropado con una manta. Su rostro se dibujaba plácido. En sus labios se esbozaba una sonrisa. Se había afeitado y olía a colonia. Al levantar la manta, me quedé atónita, llevaba puesto su mejor traje. Entonces me di cuenta que estaba esperando a la muerte.

Cuando la abuela murió, él ya no volvió a sonreír. Poco a poco fue abandonando el huerto y la casa, que cada vez se tornaba más gris y más fría. Solía visitarlo todos los fines de semana y le llevaba comida preparada para estar segura de que se alimentaba. Un día lo encontré sentado en su mecedora con la mirada perdida en el silencio de la habitación. El frío era insoportable. No había encendido la chimenea y por el aspecto que presentaba, diría que llevaba allí muchas horas.

Le dije que no podía seguir así, que iba a hacer la maleta y que ese mismo día se vendría a vivir conmigo. De repente, al escuchar mis palabras reaccionó, se levantó de la silla, me tomó del brazo y me miró fijamente a los ojos y con una voz contundente me dijo que eso jamás pasaría, que solo se iría de esa casa de la mano con ella. Entonces, mis ojos se llenaron de lágrimas, me sentía impotente. El abuelo secó mis lágrimas, me tomó de las manos y entonces recordé que cuando era pequeña entrelazaba sus manos con las mías y me explicaba la vida a través de sus historias. Ahora me iba a explicar el final de una vida.

Me senté a su lado y comenzó a hablar …“He vivido una vida plena, con sus tristezas y alegrías, con sus venturas y desventuras, con sueños, con ilusiones y algunas desilusiones. He trabajado duro y he obtenido los frutos del esfuerzo. La muerte es parte de la vida. Mi tiempo ha terminado. Me siento en paz y estoy preparado para partir. No tengo miedo. Tú tampoco deberías tener miedo ni tristeza, nuestro legado siempre vivirá en ti”.

En ese momento me sentí sosegada. Él siempre supo alejar mis temores.
Comimos y bebimos un vaso de vino. Nos despedimos con un abrazo y un… ¡hasta pronto!

Cuando lo encontré inerte en su cama, comprendí que aquello había sido una despedida. Una gran tristeza se apoderó de mí y sin pensarlo comencé a recorrer todos los rincones de la casa en busca de sus sombras, quería volver a sentir su presencia, pero ya no estaban, se habían marchado para siempre…. Me senté en su mecedora y recordé el pasado y sus últimas palabras. Y tras un rato de risas y llanto, comprendí que había llegado el momento de cerrar para siempre, las puertas de la vieja casona.

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