Hacía casi tres años que Alicia trabajaba en esa estación de servicio. Todos los días se preguntaba así misma por qué tenía que aguantar esa situación, no solo porque allí se veía abocada a realizar un trabajo que no requería cualificación alguna, sino que además tenía que aguantar los maltratos de Encarna, la encargada. Una mujer entrada en años, delgaducha, con la piel blanca, de aspecto casi enfermizo, unos dientes de caballo que no armonizaban con el resto de su rostro. Encarna, repetía constantemente que ella era la jefa y que había estudiado dos carreras…. A veces sentía pena por ella, pero en otras ocasiones le hubiese dicho a la cara cuanto la despreciaba. Se trataba de una mujer muy ignorante. Era vergonzoso leer los correos que enviaba a sus jefes, párrafos sin puntuación alguna, chorreras de palabras sin sintaxis ni ortografía. Lo peor es que hablaba como escribía,,,”esatamente, haber si vienen”, en fin… A demás, demostraba constantemente sus contradicciones y su mediocridad.
Alicia había nacido en el seno de una familia de inmigrantes. Tanto sus padres como sus tres hermanos mayores eran españoles. En el año 1948 la familia se embarcó con un baúl lleno de sueños, rumbo a América del Sur. Quince años después nació Alicia y dos años más tarde su hermana pequeña.
Su familia era muy humilde. Pasaron muchas dificultades, e incluso, en algunas ocasiones llegaron a pasar hambre. Por suerte tuvieron una madre que endulzaba los momentos más duros, con su ingenio. Sabía un poco de todo. Bailaba, cantaba, pintaba, amaba la lectura y tenía una imaginación desbordada. Con todas esas cualidades hacía que sus hijos vivieran aventuras fantásticas y así las penurias parecían menos tristes. Ella enseñó a Alicia a amar las letras.
Gracias a una beca, Alicia pudo ir a la universidad y se graduó como Comunicadora Social y Periodista. Comenzó a trabajar en una editorial como Correctora de Estilo. Disfrutaba mucho de su trabajo y del deporte. Le encantaba escalar y subir montañas. Pero en su corazón siempre había un extraño vacío. Era un deseo indescriptible de emigrar al país al que pertenecía su familia.
“Los hijos de inmigrantes tienden a emigrar”, dijo un día su profesor de Antropología Social en clase. Era una premisa totalmente cierta. Una mañana Alicia y su hermana María decidieron dejarlo todo y volar a España. María había nacido en Zaragoza. Tenía siete años más que Alicia. Ella trabajaba como secretaria Ejecutiva en una buena empresa. Era mucho más que una hermana mayor. Estaban muy unidas.
En España empezaron de cero, en tanto les convalidaban el título, aceptaron trabajos de limpieza, de dependientas, etc. Por suerte, la Asociación de la Prensa, permitió que Alicia asistiera a cursos, a seminarios y a Congresos, hasta que se hiciera efectiva la convalidación.
Así fue como llegó a trabajar en un Periódico Local. Estuvo dos años. Poco antes de renovar su contrato, el director intentó hacerle una -sardineta-… ella presintió el gesto y se dio la vuelta, lo miró absolutamente sorprendida “Te salvaste, calculé mal” dijo él mientras reía. “Se salvó usted de que le cruzara la cara, no admito esas bromas” contestó ella… No hubo más palabras, pero tampoco renovación de contrato.
Se había enamorado de su trabajo, pero en vista de que no tenía ninguna posibilidad de quedarse, se traslado a un bello pueblo, en el corazón del Pirineo, para iniciar la formación de Técnico en Deportes de Montaña. Además encontró trabajo en una gran tienda especializada en material de montaña. Se encontraba muy feliz, pues esa era su segunda pasión.
Habían pasado 18 meses, desde que se había ido a vivir a Linsoles. Nunca olvidará ese 28 de marzo. Nevaba en toda España, había mucha niebla y las carreteras estaban muy mal. Sabía que María regresaba de un viaje. La estuvo llamando por teléfono, sin respuesta alguna. Al caer la noche, recibió una llamada en la que le anunciaban que su querida hermana había perdido la vida en un aparatoso accidente de coche.
Llevaba diez años viviendo en Boltaña. A veces se miraba al espejo y no se reconocía del todo. Dónde estaba esa chica soñadora, aventurera, divertida. Esa mujer valiente que lo había dejado todo para ir a escalar a los Alpes, para comenzar de nuevo en otro país? Por qué llevaba tiempo trabajando en un lugar donde se sentía infeliz?… Qué tengo que aprender de todo esto? se preguntaba una y otra vez.
Hasta que un día, en medio de una introspección, descubrió que algo de ella se había muerto con su hermana, entonces comprendió que la enorme desilusión que le dejó esa tragedia la llevaba a conformarse, a no luchar.
En el momento en que se dio cuenta de la causa principal de su estancamiento, decidió que debía hacer algo, que en tributo a su querida hermana, tenía que ser feliz. Que debía rescatarse, reinventarse y reconciliarse con su pasión por las letras. Comenzó a centrarse en esta idea, sin saber muy bien hacia dónde enfocarse. En ese momento, recibió la llamada de un buen un amigo que tenía una empresa de diseño de webs, marca personal, etc. Este amigo quería que ella le escribiera una carta de ventas para captar nuevos clientes. Ella encantada lo hizo. Cuando él leyó la carta, se quedo maravillado y le dijo “amiga, cómo es que no trabajas como copywriter, tienes mucho talento…
Como por arte de magia, la vida le enviaba la respuesta. Veía de nuevo la luz, la ilusión por un proyecto nuevo regresó. En ese momento se deshizo de sus temores, vio el futuro claro y por fin pudo volver a ser ella misma. Armada de alegría, miró a Encarna, le puso la mano en el hombro y con una gran sonrisa le dijo “A Dios para siempre”.