Reportajes…
Redactar un reportaje periodístico, puede ser un acto sencillo. Sin embargo, la obtención de los datos para elaborar la historia requiere de un proceso de investigación, de obtención de documentación sobre el tema a tratar, de búsqueda de fuentes fiables que den claridad sobre el tema, realización de entrevistas, etc,.
Una vez recopilado todo el material, se debe realizar una fase de análisis, interpretación y síntesis de todo el material obtenido. Con todo este proceso realizado, ya solo queda organizar las ideas y a redactar.
Hago este pequeño inciso, porque quiero destacar lo que supuso para mí, realizar uno de los reportajes que dejó marca en mi recorrido como periodista del Diario de Teruel.
Breve crónica de cómo conseguí realizar este artículo.
Mi llegada a Montoro de Mezquita
Sentada en la redacción del Diario de Teruel, sonó el teléfono, era el Guarda Forestal, José Luis Lagares. Él vivía en Montoro de Mezquita (Un pueblo aragonés de Teruel). Me comentó, que en esta población habitaba una mujer de más de noventa años, que había sido víctima de la postguerra y que era una pena que dejara este mundo sin que se conociera su historia. Me narró algunos aspectos de la vida de Estebania, que lograron despertar mi interés.
No lo dudé ni un instante, quería conocerla, hablar con ella y darle voz a su silencio.
Así que una mañana tomé el coche rumbo a esa población del Maestrazgo, una carretera sinuosa, larga y estrecha, que se iba adentrando en lo más profundo de escarpadas montañas. No se adivinaba ninguna población. De pronto, tras una curva, aparece un estrecho túnel y al cruzarlo, ahí estaba, Montoro de Mezquita. Una imagen abrumadora, increíble, bella y estremecedora. Se trata de una pequeña población flanqueada por montañas rocosas, que se abrazan entre sí, como si quisiesen ocultar el poblado que yace en su interior.
El encuentro con Estebania
Armada con mi cámara fotográfica, la grabadora y la libreta, me dispuse a entrevistar a aquella mujer. José Luis me acompañó hasta la casa de Estebania y me presentó como una amiga que quería conocerla. Me advirtió que era mejor ocultar que yo era periodista, para que no se sintiera violentada.
La puerta de la vieja casa estaba abierta. En su interior había una cocina de leña, dos butacas antiguas de madera, el suelo de cemento y las paredes oscurecidas por el hollín que atrapaban el frío que invadía el habitáculo a pesar de ser una mañana de verano.
Estebania estaba sentada, mirando hacia la puerta, sostenía entre sus manos una taza esmaltada que humeaba y dejaba escapar el olor del café que había en su interior. Me saludó, sin mirarme a la cara. Le pedí permiso para sentarme en la otra butaca, ella asintió. Nos quedamos solas.
No se movió, no decía ni una palabra. Para romper el hielo, le hablé de lo impresionante que era el paisaje que rodeaba la población, del frío, del olor del café…
Luego le hice algunas preguntas: que cuántos años tenía, con quién vivía?…etc., a lo que ella respondía con monosílabos, sin siquiera mirarme. Así pasaron las horas. Me resultaba imposible romper su silencio.
Con la excusa de que era la hora de ir a comer, me despedí. Me sentía derrotada, afligida. Me parecía haber caído en un pozo profundo que se tragaba el sonido de mis palabras. Cómo era posible que no hubiera encontrado la forma de derribar la barrera que me impidió comunicarme con ella. No me había pasado jamás. Me quedé sin recursos, me sentí perdida, me cuestioné mis dotes de periodista.
La estrategia
Abatida y con el sabor del fracaso, me dirigí a la casa de José Luis. Mientras comíamos, le expliqué lo sucedido. Él conocía bastante bien a Estebania, me dijo que no me diera por vencida, que volviera y que le pidiera que me enseñara la casa de sus padres. Así lo hice.
Al caer la tarde, me planté en su casa, no estaba segura de poder conectar con ella.
Al cruzar la puerta, la encontré sentada en el mismo lugar que la había dejado. Nuevamente rompí el silencio con preguntas típicas: ¿ha comido? qué buena tarde hace verdad?… ella asintió sin pronunciar palabra. En vista de que la historia se repetía, “Estebania, me han contado que tiene en venta la casa de sus padres, le importaría enseñármela?” “Eureka!!!”…
La vieja casona
Se levantó de la butaca y fue en busca de la llave, no se hizo esperar, incluso me dio la sensación de que se emocionó… y así salimos de la casa y comenzamos a recorrer las callejuelas del Montero, hasta que llegamos a una esquina en la que se erguía una vieja casona.
Estebania se apresuró a abrir la puerta. Nos adentramos en un salón más bien pequeño y oscuro. El suelo era de cemento, al fondo estaba la chimenea, rústica y amplia, todavía tenía troncos de madera y permanecía el olor residual de la madera quemada. Las paredes que se adivinaban blancas, estaban oscurecidas por el polvo y el hollín. El ventanuco que daba a la calle, estaba cerrado con una contraventana de madera. Al lado y lado del salón, se extendían dos butacones alargados. Las telarañas se sucedían tapizando los rincones del salón.
El intenso frío que invadía la habitación, se fue dispersando cuando Estebania comenzó a hablar, se acercó a la chimenea, daba la impresión de que iba a remover la leña para atizar el fuego, su rostro se había iluminado y comenzó a describir, dónde se sentaban su padre, sus hermanos, recorría el lugar con su mirada, como si pudiera verlos, hablaba sin parar, describía con lujos de detalle como transcurría la vida entre esas paredes, daba la impresión de que todos los personajes estaban ahí y que ella podía verlos.
Yo había encendido la grabadora, estaba atónita, esa mujer que estaba hablando con sus fantasmas del pasado, no parecía la misma que conocí por la mañana sentada en su butaca y que contestaba con monosílabos y la mirada perdida. No, esta era otra mujer, pletórica, elocuente, emocionada.
No me atrevía a interrumpirla, por miedo a sacarla de su trance y que no volviera a hablar.
La historia
No estoy segura de cuánto tiempo paso, daba igual, aquel momento era mágico.
De pronto, como si un golpe de realidad le hubiese sobrevenido, la expresión de su rostro cambió, se quedó en silencio, tras unos segundos, me indicó con la mano para que la siguiera. Subimos a la segunda planta por una escalera estrecha. Las habitaciones eran pequeñas, oscuras como el resto de la casa. Ella abrió una de las contraventanas y se asomó. Su mirada se perdió en el infinito. Le pregunté qué había pasado con su familia, temerosa de que no me contestara, pero no fue así.
Estebania fue narrando la historia de su familia y los hechos terribles que asolaron a sus seres queridos. El sol comenzaba a esconderse, así que cerró la ventana, bajamos la escalera y tras cerrar la puerta que daba a la calle, De vuelta a su casa, me enseñó el cementerio, allí descansaban sus seres más queridos.
Pilar
Nos sentamos de nuevo en las butacas y seguimos hablando.
En ese momento apareció Pilar, una mujer muy simpática, delgaducha y bastante ágil. También rondaba los noventa años. Su rostro se iluminaba con su dulce sonrisa. Había enviudado hacía muchos años y vivía sola.
Pilar, a diferencia de Estebania, era muy habladora y muy cercana.
Traía una cacerola con la cena.
Pilar me comentó, que todos los días, al caer la tarde venía a casa de Estebania, cenaban juntas y luego compartían la habitación.
La habitación de Estebania, tenía dos camas separadas por una mesita de noche.
Una ventana pequeña de madera y su contraventana.Hacía tiempo ya, que las dos mujeres habían decidido dormir juntas, “por si la muerte aparecía que no las pillara solas”, comentó Pilar.
El cacique
En ese momento, las tres nos hallábamos hablando distendidamente, cuando apareció un hombre, de unos setenta años, aproximadamente, cruzó la puerta sin pedir permiso. De repente, el semblante de las dos mujeres cambió. Dejaron de hablar y un gesto de miedo se dibujó en sus rostros.
El hombre, sin preámbulos, se dirigió a mí, me preguntó quién era yo y qué hacía ahí. Le dije que era periodista y que había venido para entrevistar a Estebania. Entonces le pregunté quién era él, “soy un amigo de Estebania y me preocupo por ella”, esas fueron sus palabras. Sin embargo, la tensión en el ambiente, desdecía las palabras de aquel hombre. Me preguntó que cuánto tiempo más iba a estar ahí, que la carretera de noche, no era muy buena…Todo parecía indicar, que me estaba haciendo una invitación para que me fuera. Le dije que me quedaba a dormir. Al darse cuenta de que yo no tenía ninguna intención de marcharme, se despidió lanzándole una mirada a Estebania, casi amenazadora.
Les pregunté “quién es ese hombre?”, pero ninguna de las dos contestó.
Al caer la noche, me despedí de las dos mujeres y le agradecí a Estebania el haber dado su consentimiento para que yo publicara su historia.
Volví a la casa de José Luis y le conté lo acontecido con la visita que nos hizo aquel extraño hombre. Me contó que se trataba de un cacique que deseaba quedarse con las tierras y las propiedades de la mujer. Al parecer, la familia de él, fue la que acusó a la familia de Estebania de colaborar con los Maquis. Él sabía que Estebania deseaba vender algunas de las propiedades y debió pensar que yo podía ser una posible compradora. También me contó el miedo que él infundía en la mujer.
La despedida
Me fui muy emocionada de Montoro. Fue un día muy largo e intenso, lleno de sensaciones. Me sentía un poco aturdida, e involucrada emocionalmente con aquella historia, con aquella mujer.
Un mes después, volví a Montoro de Mezquita, había enmarcado la publicación del reportaje y se lo llevé de regalo a Estebania. Ella la aceptó muy agradecida.
José Luis me comentó, que se encontraba enferma, pero que no quería que la sacaran de su casa y que al parecer su nuera, le había visitado porque quería llevarla a una residencia. Eso era lo peor que le podría pasar. Ella quería morir ahí, en su casa, arropada por sus recuerdos.
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