Los días de encierro se sucedían uno tras otro, un silencio sobrecogedor crecía e invadía aquel espacio que cada vez se hacía más pequeño, la noche se juntaba con el día y se perdía la noción del tiempo…. Mis pies descalzos rozando la tibia madera del suelo, se movían lentamente de manera concéntrica, haciendo que girara sobre mi misma. Me sentía suspendida en el tiempo, en aquel espacio.
Observaba cada detalle de la habitación intentando descubrir…no sé muy bien el qué. La estantería con sus archivadores de documentos sin sentido, los adornos de porcelana que había pintado mi tía, las figuritas que salían en los roscones de reyes, recopiladas durante años. Fotos del pasado inertes en sus marcos.
Un giro más y veo una pared en blanco en la que se intuía que alguna vez hubo una puerta… Sigo girando y ahí está la gran biblioteca, llena de libros. Los miro detenidamente, el olor del papel, las historias infinitas que albergan y que me han acompañado durante todos los años de mi vida.
Cierro los ojos y por un momento siento como esas historias aletean en mi cabeza y recuerdo el placer de sostener un libro abierto entre mis manos…miles de horas navegando entre sus páginas. Pero mis pies siguen girando, abro los ojos y estoy frente a la ventana, puedo ver a través de ella, se agita mi respiración, deseo oler el aire, siento como se va acelerando mi corazón. Con desespero estiro mis brazos para alcanzar el tirador y abrirla, pero es imposible, esta sellada. Entro en pánico, me falta el aire, pero sigo girando, no puedo detenerme…Y entonces me veo frente al escritorio, sobre él una hoja en blanco y una pluma. Aún con la respiración acelerada, hago un gran esfuerzo y logro arrancar mis pies de ese espiral que me hace dar vueltas. Me aferro a la silla y me siento; de repente la asfixia se convierte en emoción y siento la atracción que ejerce la pluma sobre mis manos, la tomo entre mis dedos y empiezo a deslizarla sobre el papel. De pronto respiro con normalidad, todo se ilumina a mi alrededor. Puedo sentir la brisa fresca que acaricia mi rostro, se cuela por mi cabello y lo hace hondear, me invade el olor de los pinos que bordean el camino. Mis pies descalzos se deslizan sobre la hierba húmeda y me reconforta el sonido de las ramas movidas por el viento. Respiro profundamente y mis pulmones se llenan de vida. Mi corazón se regocija de felicidad, he vuelto a ser libre.