Soy una extraña en este mundo

02 de Diciembre de 2020

La publicación de esta semana responde a un trabajo que me propuso la escritora y periodista Marta Sanuy, en el Taller de Escritura Creativa que estoy realizando con ella. 

La tarea consiste en hacer un plagio de un conflicto y contarlo como un autodiálogo.

Así que decidí plagiar parte del argumento del libro “El Extranjero” de Albert Camus. 

Escogí este libro, porque siempre me ha parecido una Obra Maestra del Existencialismo y por lo que toda la obra plantea un gran conflicto. 

Este tipo de ejercicios me suponen un reto muy interesante, por que me obliga a explorar diferentes estilos literarios y enriquecen mucho mi continuo aprendizaje.

Está noche, tampoco puedo conciliar el sueño, no sé cuanto tiempo llevo así, apenas duermo un poco por el día. Pero la noche se presenta larga, mientras mi mirada se pierde en el reflejo de las estrellas y las diferentes fases de la luna. Y aunque otras noches son oscuras, mis pensamientos no paran de hablar conmigo.

Muchas veces recorro las calles de mi ciudad, esa ciudad que me encanta, pero que ahora solo puedo recordar. Algunas veces, me veo paseando de la mano de Mario, siempre sonriente y elocuente. Pasábamos muchas noches juntos, nos acariciábamos, jugueteamos, hacíamos el amor. 

Una mañana, al despertamos, Mario me preguntó: ”¿Tú me quieres?” No, le contesté. “¿Pero te casarías conmigo?” -¿Para qué quieres casarte?- pregunté, “Porque te quiero y me gustaría mucho”. -A mí me es indiferente, pero si tu lo deseas, pues nos casamos-.

Hace muchos días que no recibo cartas de él. Tal vez comprendió que no merece la pena seguir escribiendo, que yo no saldré de aquí y nunca nos casaremos.

Creo que se me juzga más por no haber llorado en el entierro de mi madre, que por haber disparado a ese hombre. 

Ahora viene a mi mente el recuerdo de mi madre, yo hubiera preferido que no hubiese muerto, pero, ha sucedido y qué iba a hacer. En los días antes de llevarla a la residencia, ella lloraba por las tardes. En verdad, ya no hablábamos, no teníamos nada que decirnos. Por eso la llevé. Los primeros días en la residencia lloraba, pero después, parecía que estaba contenta. En todos estos años, solo fui a verla una vez. Para que iba a ir, si no tenía nada que decirle. 

Claro que me sorprendió la carta que me envió el director de la residencia, en ella me decía… “Su madre ha fallecido, el entierro es mañana a las 18:00 horas”.

Me preguntaron en el juicio que ¿qué sentí al enterarme que mi madre había muerto?, y yo qué sé!!, todo fue tan repentino que tuve el tiempo justo para pedirle el día a mi jefe, buscar ropa adecuada para un entierro y coger el autobús. Era un viaje de cuatro horas. Hacía un calor infernal y me aburría tremendamente viajar en autobús. Dormí durante todo el viaje.

El juez sacó a colación que no quise verla antes de cerrar el ataúd. ¿Pero qué tiene eso que ver con el hecho de haber matado a ese hombre? No tiene sentido. Todo el juicio a girado en torno a la relación que tenía con mi madre.

 Y ahora que pienso en ello… siempre sentí que mis vecinos cuando me veían pasar, también me juzgaban por haberla llevado a esa residencia. 

Cuando me arrestaron, me preguntaron si tenía abogado, les dije que no, para qué, si estaba todo claro, yo disparé a ese hombre, hacía mucho calor, mi mente estaba nublada y sólo quería ir al manantial a remojarme. Pero el hombre estaba ahí, al lado del manantial y cuando me vio, sacó un cuchillo y vino hacia mi amenazante y yo disparé. Pero al final, me asignaron un abogado. 

Este insistía que debía mostrar arrepentimiento, para ganar indulgencias con el jurado. Pero cuando me preguntaban si estaba arrepentida de haber llevado a mi madre a la residencia, o de haber matado a ese hombre, yo guardaba silencio. No podía decir lo que no sentía. 

Además me aburría mucho este juicio, el calor era agobiante, los discursos interminables y siempre hablando de la actitud hacia mi madre. Al final me entraba sueño y dejaba de escuchar las voces de los abogados y del juez. Solo esperaba que todo terminara y me llevaran de nuevo a mi celda.

La habitación es pequeña, pero a través de la claraboya se puede ver el cielo y las estrellas. 

Tengo muchas horas para pensar. Todo es muy absurdo.  Estoy aquí por matar a un hombre, pero a veces creo que realmente me tienen presa por haber llevado a mi madre a una residencia y por no haber llorado en su entierro. Pero por qué se empeñan en juzgar mi relación con mi madre. Yo la quería y siempre nos llevamos bien.

Para ser sincera, nunca he juzgado a nadie, me es indiferente lo que la gente haga. Nadie me cae mal ni bien. Me da igual.

Soy una buena trabajadora. Me gusta donde vivo, los olores de mi ciudad, la sensación del viento, del frío, del agua cuando Mario y yo nos bañamos en la playa. 

En los últimos días viene a visitarme ese capellán, no quería hablar con él, pero hoy no he librado. Con argucias se ha colado en mi celda, para intentar convencerme de que Dios existe. No creo en Dios, nunca he creído. El Juez, también se empeñaba en que si demostraba creer en Dios y mostraba arrepentimiento, quizás el jurado tendría otra percepción de ella. Pero es que Dios no existe. Y por qué no podía ser indulgente el jurado, si yo no quería matar a ese hombre, ni siquiera lo había pensado, fue cosa de la casualidad.

Todavía resuena en mi cabeza la sentencia. -Muerte en la guillotina-, sin embargo no pienso mucho en ello. Total un día tenemos que morir. Aunque preferiría morir veinte años más tarde. ¿Y si viviera veinte años más, que pensaría de la muerte? ¿Me sentiría igual que me siento hoy? No sé. Solo espero que en el momento que me lleven a la plaza para ejecutarme, la hoja esté bien afilada y que el golpe sea certero.